jueves, 31 de mayo de 2007

San Bernardo en Mayo

Hoy las montañas nos recibieron con cielo abierto, sol cálido y sin viento. Pudimos apreciar en todo su esplendor este paisaje que ya vimos repetidas veces pero que no nos cansa, sino que cada vez nos gusta más.

Miro la sur del Adolfo Calle y siento duda. Será ese el canal? Parecería que no, porque no está del todo formado, la nieve lo cubre solo hasta la mitad. Sin ese puente blanco que une el sueño con el objetivo no me animo a intentarlo. Sentimientos que van y vienen al recorrer el paisaje con la mirada, mismo paisaje, nuevos sentimientos. Un nuevo sueño se guarda para anelar.

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Hay un momento, de todos los que se tienen en este tipo de viajes, que lo lleva a uno de un mundo a otro. Se trata del momento en el cual se abandona el refugio y con él, la comodidad, para pasar al mundo de la montaña. Es un acto que puede cobrar vida en distintos escenarios, ya sea al abandonar el campamento de altura para intentar la cumbre o simplemente cruzar la puerta del refugio para pasear por los alrededores.

En nuestro caso creo que aprovechamos el desayuno para despedirnos de la comodidad. Esos minutos de tranquilidad, tomando cafe con leche al lado del hogar con las piernas estiradas fueron los que sin darnos cuenta, nos prepararon el espiritú y despertaron nuestros sueños para dar ese paso, el primer paso.

De la caminata hasta la carpa que armamos el día anterior, recuerdo el blanco movimiento del agua congelado por el frío de la noche. Y que los primeros pasos son siempre despacio, para dar tiempo al cuerpo a que poco a poco adquiera ritmo.

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Era increible el paisaje que veíamos a medida que ganábamos altura. El cielo impecable nos dejaba ver todo, paredes y pilares de roca caían abruptamente entre corredores de nieve y acarreos. Estas formas imponentes descubren sus secretos a quien esté dispuesto a tocarlas, a lo lejos son como las apariencias que engañan, al tacto revelan tanto como lo que uno está dispuesto a ofrecer.

Después de algunas horas de andar por acarreos llegamos a la pirámide que forma la cumbre. Una escalada sencilla y muy agradable nos lleva al punto más alto. El recuerdo de un horizonte rodeado de montañas será el motor de nuevas ascenciones.

Al regreso, la monotonía del interminable acarreo se corta por el vuelo de un condor que atraviesa el valle desplegando sus alas como símbolo de libertad. Llegamos a la carpa cuando estaba oscureciendo, cansados, con dolor de cabeza pero contentos por el día que pasamos. Preparamos un te caliente y nos metimos en las bolsas de dormir.

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Que bueno es levantarse cuando se durmió todo lo necesario, tener tiempo para descansar, desayunar tranquilo y disfrutar del calor del sol es algo que hay que aprovechar cuando hace buen tiempo. Después que descansamos, comimos y tomamos todo lo que nuestros cuerpos necesitaban y un poco más, empezamos a preparar el equipo para hacer un intento a la aguja CABA. Mientras caminábamos hacia este pilar de roca revisamos su forma buscando un lugar por donde subir. Descubrimos un espolón que parecía fácil y nos dirigimos hasta su base. Era nuy seductor subir por ahí, buenos agarres, parecía una escalada simple y divertida, los rayos del sol le había dado a la roca una sensación agradable al tacto. Pero escondía sus trampas, piedra de mala calidad, suelta, difícil de asegurar, hasta los bloques grandes se movían al hacerles un poco de fuerza. Si la piedra fuese más consistente y firme sería para mi una escalada de mucho placer, inolvidable seguramente. Pero hay riesgos que no tengo ganas de correr, asi que renuncié antes de encordarme.

Fue un día de mates y charlas sobre la vida, otros de los momentos especiales en este tipo de viajes.

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Por la noche, ya de vuelta en el refugio nos encontramos con gente de distintos lugares del país, con distintas profesiones y vidas. Entre todas estas personas había un personaje de la montaña. Damian Redmond, lider de expedición del proyecto Argentinos al Himalaya. Un tipo humilde y abierto, fue un gusto haberlo conocido.

domingo, 29 de abril de 2007

Espejo de hielo

De Tronador

Ayer encontré un momento, una sensación, un paisaje de esos para guardar en un recuerdo y revivirlo tiempo después proyectando sueños. Era una superficie brillante como el vidrio, rodeada de un espectro azulado en la osuridad que la envolvía.

Quise mirarme en ella como si fuera un espejo, pero me di cuenta que en realidad proyectaba otras cosas. Parecía que en aquel lugar el mundo seguía otras leyes. Al contrario de lo que estaba acostumbrado a ver, todo era quietud. El silencio rompía solo en mi imaginación al ver una gota de agua caer hacía un lugar que parecía no tener fondo. Las esculturas torneadas en secreto por el hielo daban vida a una escena filmada en cámara lenta. Me encontré tranquilo, observando el espectáculo con la mirada perdida y me olvidé quien era. Descubrí que ése era el truco para hacer que los actores de esta quietud me dejaran jugar con ellos en su escena. Me atraparon como cuando estaba en el jardín de infantes y jugaba a la mancha. Yo los había tocado y ahora dejaba que me atraparan. Pero hicieron trampa, ya que me atraparon de una manera en la que no podía contar el tiempo y me di cuenta que hacía mucho no jugaba de esa forma.

De Tronador

Miré hacia arriba y descubrí, en esa superficie vidriada, distintos tonos de azul. Al principio no los pude distinguir bien, pero a medida que jugaba el juego, poco a poco me fui dando cuenta que los más claros decían donde golpear y los oscuros… los oscuros eran como el tango. En su melodía marcaban como torcer el cuerpo y hacia donde llevar los pasos. La música empezó a cobrar vida y sentí como si estuviera de la mano de mi chica, esperando con ansias entrar a la pista. El primer golpe me liberó de la mancha. El segundo me hizo recordar quien era y escuchar ese motor que ruge incansable de recorrer experiencias. De ahí en adelante éramos solamente el hielo y yo. Toda mi percepción se redujo a tratar de leer entre los tonos de azul.

Cuando salí me sentí inundado por el sol y el paisaje. Estaba agitado, pero mientras recuperaba el aliento pensaba: fue un espejo?