Preparando el prox. viaje al Chalten, me encontré en el libro 3x3 avalanchas de Werner Munter, un texto de mucha inspiración:
El alpinismo en su faceta de máxima perfección no es un deporte de competición, a la imagen de nuestra sociedad de rivalidades y competitividad, es una actitud alegre, libre y lúdica, alejada de los problemas, las obligaciones y las pequeñeces de la vida cotidiana.
Practicar alpinismo como un juego significa:
Retornar a la naturaleza, simplemente a pie.
Practicar un turismo silencioso que sólo deja huellas en el suelo.
Desarrollar la personalidad hasta los límites más insospechados y dejar que se revelen nuestras capacidades adormecidas.
Buscar el camino en un entorno virgen y salvaje y encontrarlo en un desierto fascinante de hielo y roca.
Dejar que el viento acaricie el rostro, resistir al frío, al calor, y plantar cara a los más violentos temporales.
Formar parte del ritmo de los días y las noches.
Entrar en resonancia con elementos esenciales como la luz, el aire, el agua, y la tierra.
Contemplar la bóveda terrestre estrellada y perderse en la amplitud, la profundidad y el silencio de estos espacios infinitos.
Permitir que las rocas nos cuenten la historia inmemorial de nuestra tierra hasta que se abran los abismos vertiginosos del tiempo y del espacio.
En el reino hostil de los cristales y los minerales, descubrir las primicias de una vida vegetal, acercarnos a la esencia misma de la existencia de nuestro pequeño planeta frente al vacío infinito y glacial del universo.
Inspirar, dejar que penetren la tranquilidad y el silencio, soportarlos, soportar el aislamiento y dejar volar el espíritu.
Confrontar las propias fuerzas con entusiasmo a las dificultades que cada vez parecen mayores, probar el sabor picante del peligro y, acá o allá, permitir que la vida penda de un hilo de seda...
Es una palabra:
Saborear la vida en su forma genuina, asumir su intensidad y su fuerza.
Será acaso esto la felicidad?
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